Cuentan de un hombre que durante
la noche en una selva oscura y solitaria, escuchaba aterrado los latidos de su
propio corazón que le parecían los de un gigantesco enemigo, y de pronto le vio,
le vio allá lejos, una sombra terrible que le dejó la sangre congelada en las
venas. Le veía avanzar hacia él, y parecía un amenazador y enorme orangután cuyas
pisadas sacudían el suelo al andar, ¿qué haría? ¿correr? Imposible escapar en
aquella soledad!, ¿esconderse?, el animal parecía haberle visto ya, pues venía
hacia él en derechura, ¿defenderse con el cuchillo que tenía? Esa era su única
esperanza!. Se escondió tras un árbol y esperó, mientras su corazón latía cada
vez más aceleradamente. Pero según se acercaba la sombra, ésta se empequeñeció y
ahora podía ver con claridad que no era un orangután, sino un hombre, ¿un
amigo? Mantuvo bien apretado en su mano el cuchillo, no se le echara encima sin
que él se diera cuenta, y la figura avanzaba y avanzaba, y en aquel momento un
rayo de luna iluminó el rostro del que venía, y el hombre perdido en la selva,
descubrió que aquel que llegaba era su hermano, y que venía con los brazos bien
abiertos para abrazarle.
Fue un malentendido lo que
produjo todos sus miedos, y pudo aquel malentendido ser causa de la muerte, tal
vez de los dos.
La luz aclaró lo que la sombra
oscurecía, y es que los hombres no reñimos por maldad, sino por falta de luz, por
falta de diálogo y por sobra de malentendidos.
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