Mi desprecio, rechazo, odio o aversión
por otra persona, no castiga a esa persona, me castiga a mí.
Yo soy quien tiene la mente resentida,
no puedo traspasarle este pequeño trocito de infierno a otra persona.
El odio destruye la
conciencia de luz que hay en mí, y aunque me aparto del camino para que los demás
se den cuenta, ellos no saben que les estoy juzgando.
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