sábado, 18 de febrero de 2012

SILENCIAR, RESPIRAR, ESCUCHAR...



Es importante, que de tanto en tanto, hagamos una pausa o un alto en el camino, no es una perdida de tiempo, necesitamos hacerlo para perder miedo al silencio. Venimos de la vida diaria, del movimiento y cada vez se echa mas de menos en nuestra actividad cotidiana el hacer pausas, debemos detenernos, hacer pausa como en una partitura musical. Tanto en la vida ordinaria familiar, como en los negocios, el trabajo o el descanso, se requiere un mínimo de equilibrio entre tensión y la pausa, de lo contrario, caemos en la fatiga estresada o en la apatía indolente, nos cuesta encontrar las pausas adecuadas. En algunas culturas o personas, predomina mas el activismo unido a la racionalización, con lo que se hace mas y mas difíciles las pausas. 

La importancia desproporcionada que solemos dar a todo lo nuestro y el ruido excesivo que produce nuestra agitación interior, no nos permite de ordinario ver y oír con los ojos y los oídos de la fe. Mientras corremos estamos huyendo de nosotros mismos, la razón de no pararnos es a veces el miedo a que la pausa nos deje al desnudo ante nuestra propia realidad, por eso necesitamos perder el miedo y los miedos, el miedo a quedarse en silencio, el miedo a no hacer nada, el miedo a estar sin mas..., a la espera y a la escucha, el miedo a lo imprevisto que no controlamos, el miedo a que Dios se deje sentir y que efectivamente sea El....


Hay que volver a insistir una vez más sobre el tema de la respiración, que el respirar nos ayude para hacer la pausa que necesitamos. Nuestra mentalidad utilitarista, de eficacia, nos parece que el silenciar nos da la impresión de perdida de tiempo, y nos parece que lo despreciamos, al emplearlo para tranquilizarnos. Debemos perder unos veinte minutos de transición para llegar a unos diez minutos de contemplación.
La contemplación empieza por respirar a fondo, la respiración descansa, por que respiramos en la vida, de la vida, respirar contemplando, contemplar respirando, es inhalar el todo y exhalar lo uno, vivir en aura de eternidad. 
Cuando hacemos unos días de retiro, entramos en contacto con el propio corazón, inducimos a la atención interior, debemos cultivar la interioridad con sencillez, como quien cuida una casa modesta, viviendo en ella, ventilandola, regresando a ella con ilusión a la vuelta del viaje, y todo esto sin fatigarse, simplemente estando, cultivemos la respiración, no es perdida de tiempo, el pasar ratos largos de respiración profunda y rítmica. Hay un modo de respirar sentado, un modo de respirar paseando, un modo de respirar recitando.
Es importante que también cultivemos la vista, contemplando el paisaje, la vida urbana nos ha hecho perder la sensibilidad por los matices y colores. 
Cultivemos el oído, el olfato y el gusto, atrofiados por la contaminación y el ruido urbano, hemos perdido sensibilidad para distinguir sonidos, colores y sabores. Cantos de pájaros, lluvias sobre la tierra, olor a hierva recién cortada, y de terrones humedecidos por la llovizna, morder una fruta madura en el árbol recién cogida sin códigos de barra ni envoltura de plástico.
Vaciar para llenarse, necesitamos simplemente vaciarnos para poder llenarnos, vaciarnos de los recuerdos o de planes de los que cuesta desprenderse, vaciarse para llenarse es la clave con que calmar las piezas de nuestro rompecabezas de nuestra vida. A menudo destructurada, no olvidemos que la clave esta en nosotros mismos y no afuera. La paz con el propio cuerpo comienza, con un tema tan cotidiano, como mirarse al espejo sin disgustarse con la propia imagen, figura, estatura o peso. Nos obsesionamos en la adolescencia para forzar un bigote antes de tiempo, y en la madurez, por disimular las primeras canas. La aceptación de propio cuerpo, prepara el camino para que a medida que este se deteriora, dejar que se descubra con el propio cuerpo, es muy importante respirar y respirar bien es pararse a reposar.
El lenguaje agresivo, se vuelve contra su propio usuario, que se daña a si mismo mas que al interlocutor, ya que colabora a que se acentúe el abismo entre la mente y el lenguaje. En la tradición Zen se recomienda evitar, cuanto complica sin necesidad la vida. 
En el mundo de la espiritualidad, necesitaríamos una terapia del lenguaje, para purificarlo del exceso de verbalizacion, por ejemplo, la meditación, en vez de desembocar en contemplación, se convierte a menudo en un hablar y pensar, sin dar lugar al silencio para escucharse. El miedo al silencio, nos hace idolatrar el lenguaje y la oración se torna en monologo. 
Necesitamos pararnos, hacer pausas para reconciliarnos con el propio pasado, necesitamos seguir caminado sin dejar de tener la vista puesta en la meta, pero abiertos a las sorpresas que nos depara el camino a la vuelta de la esquina.
No es fácil aceptarse a si mismo, asumiendo el propio pasado, sin resentimientos, tampoco lo es reconciliarse con la edad que se tiene en este momento. Cultivar la sabiduría que nos hace estar en paz con la vida, ese es el resumen de todo camino, el camino es encontrarse, para encontrarse, olvidarse, y al olvidarse hacerse transparente a todo, la mayor niebla es el pensar dualista, desde todos los tejados se contempla la misma luna, que se refleja toda entera en cada gota de agua, nos pacifica el ponernos en contacto con esta realidad, es ponerse en contacto con el propio corazón.



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